EL PACTO DE DIOS

EL PACTO DE DIOS: "El Señor te pastoreará siempre, en las sequías saciará tu alma, y dará vigor a tus huesos, y serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas nunca se agotan. Y los tuyos edificarán las ruinas antiguas, los cimientos de generación y generación levantarás, y serás llamado reparador de muros caídos, restaurador de casas en ruinas" Isaías 58.11-12

viernes, 16 de septiembre de 2011

Carta de Mateo al hombre del Siglo XXI

Soy judío de nacimiento. Mi nombre es Mateo, viene del arameo Mattai, que significa “don de Dios”. Algunos, también me conocen como Leví, pues ese es mi segundo nombre, naturalmente quienes me pusieron esos nombres fueron mis padres siendo el nombre de mi papá Alfeo. Aunque ahora último me he enterado que algunos me conocen como Mateo el evangelista.

Viví en tiempos en que el Imperio Romano tenía sojuzgada a mi nación. Era bastante instruido, y muy ordenado en mi forma de ser. Creo que estos atributos me permitieron trabajar como recaudador de impuestos al servicio de Roma, especialmente para el cobro de derechos aduaneros, era algo así como un funcionario de aduanas. Mi centro de operaciones se encontraba por las cercanías de Capernaum, ciudad marítima de Palestina.

El ejercicio de mis funciones como cobrador de impuestos no era bien visto por mis paisanos los cuales me acusaban de publicano y de pecador, considerándome un hombre impuro por mi continuo contacto con gentiles, además que por mis actividades no guardaba el día de reposo. De este modo, no podía alternar ni comer con ellos ni menos ingresar a la sinagoga. Me sentía como un marginado por mi propio pueblo.

Es que los que ejercíamos esta función teníamos mala fama, no eramos muy bien vistos por el pueblo. Algunos extorsionaban, y efectuaban prácticas deshonestas; como el caso de Zaqueo, que era jefe de cobradores de impuestos allá en Jericó, el mismo que en una reunión en su propia casa ante Jesús, confesó públicamente sus malos manejos comprometiéndose a resarcir a quienes había defraudado ¡hasta cuatro veces lo que había robado!... éste sí que había abusado de muchos… y de qué manera!

A propósito de Jesús, nunca olvidaré mi encuentro con Él... ¡fue realmente maravilloso! Yo estaba realizando mis actividades de cobranza de tributos, y de pronto, cuando menos lo esperaba se me acercó acompañado de Simón, su hermano Andrés, Jacobo y Juan, los otros discípulos, y un gran gentío, y parándose frente a mí me miró a los ojos y me dijo: “Sígueme”. Déjame decirte que, si bien este llamado fue una orden, no sonó como tal, pues sus ojos irradiaban tanto amor que yo simplemente me paré de mi asiento y dejé todo… sin considerar el dinero recaudado hasta ese momento... me puedes creer? 

Era tanta mi felicidad que quise hacer un gran banquete en mi casa invitando a Jesús ¡y Él aceptó mi invitación! ¿Te imaginas? ¡No podía creer que Jesús me había dirigido la palabra y me había pedido seguirle!, y por su fuera poco ¡iba a estar en mi casa! Yo el catalogado por mi pueblo como un paria, como un marginado e indigno, iba a disfrutar del privilegio de tener en mi hogar al Rey de reyes y Señor de señores.

En esa reunión también fueron muchos amigos, publicanos como yo, que invité pues yo quería que conocieran a Jesús. No podía creer ¡el mismo Jesús en mi casa a la cual nadie de mi pueblo quería entrar!... En verdad era increíble… nunca me lo hubiera imaginado ni siquiera en sueños.

En un momento de la reunión unos fariseos y escribas de la Ley empezaron a criticar su actitud, y se le acercaron y le dijeron que porqué Él comía y bebía con publicanos y pecadores. Yo estaba junto a Él, pues Él ocupaba el lugar de honor como invitado especial, y pude escuchar claramente, sus palabras hasta ahora resuenan en mis oídos: “Los que están buenos y sanos no necesitan médico, sino los enfermos. Vayan y aprendan el significado de estas palabras. Lo  que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios. Pues yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. ¡Que palabras!.. fueron como estacas en el corazón de esa gente, pues se retiraron de la casa avergonzados... ¡y ni siquiera se despidieron ni dieron las gracias!.

Le seguí a todo lugar por espacio de tres años. Sus enseñanzas eran propias del Ungido de Dios, no había duda era el Mesías prometido por Dios, lo que había sido  proclamado por los profetas, y esperado por mucho tiempo se había cumplido. ¡El mismo Dios hecho hombre, el Libertador de Israel, estaba ya con nosotros!

1 comentario:

Carlos Burneo dijo...

La historia de Jesus y los tiempos Biblicos,a manera de narracion son sumamente utiles para poder ubicarnos en el contexto y parece hasta poder percibir los olores,el calor,el polvo del camino en los pies y de hecho la dulce companhia y direccion del Maestro....