“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche” (vv. 1, 2) |
Salmo 1:1-6
La Biblia proclama el gran poder y la majestad del Señor, al mismo tiempo que revela su inmenso amor y su misericordia. Él es digno de nuestro total sometimiento, pero no siempre lo recibe. ¿Está usted entre los que se rinden a Él sin reservas?
La obediencia absoluta es obedecer a Dios sin importar las consecuencias. Esto significa que hay que obedecer al Señor aun cuando nuestros amigos elijan un camino diferente, o cuando tengamos por seguro el sufrimiento o la humillación. Ver hecha la voluntad de Dios es más importante que nuestro propio bienestar o ambiciones. Dejamos las consecuencias a Dios, y nos aferramos a sus promesas: Él nunca nos desamparará (Dt 31.6) y hace que todo obre para nuestro bien (Ro 8.28).
Fíjese en la palabra “compromiso” en el título de nuestro devocional. No me estoy refiriendo a la obediencia que surge en cierto momento (como cuando pensamos: voy a obedecer al Señor en esta circunstancia), sino del sometimiento como estilo de vida. Poner excepciones al cumplimiento es muy tentador; queremos ser capaces de cambiar de opinión cuando obedecer trastorne nuestro estilo de vida, el resultado final no sea claro, o simplemente estemos asustados. Pero déjeme preguntarle: si Jesucristo es el Señor de su vida, ¿qué derecho tiene usted de ponerle límites a su voluntad?
Los creyentes no tienen el derecho de establecer sus propios límites; su único criterio para tomar decisiones debe ser: ¿Qué quiere el Señor que haga? La obediencia es siempre lo correcto. Obedecer a Dios en todo es el camino más seguro para tener su favor.
-Charles F. Stanley | En Contacto
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